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Crecer al revés. Shel Silverstein

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Mezcla una mueca, una queja y un gruñido, ¿y qué obtendrás? Pues, al viejo don Guido, el más cascarrabias que yo he conocido. Todos lo llamamos don Guido el Crecido. Por algunos años lo hemos escuchado decir “ya, maduren” muy malhumorado. Decía, “sean corteses, finos e instruidos. ¿Por qué se pelean, por qué hacen ruido? ¿Pero, por qué llevan tan sucia la ropa? Díganme por qué la nariz no se soplan. ¿Por qué alborotan? Callen, mozalbetes. ¿Por qué no recogen al fin sus juguetes? ¿Por qué odian tanto lavarse las manos? ¿Por qué traen de arena llenos los zapatos? ¿Pero por qué chillan cuando estoy dormido? ¡Crezcan ya!”, gruñía don Guido el Crecido. “Guido el Crecido”, dijimos una vez, “¿por qué no trata de crecer al revés? ¿Por qué no trata de caminar a gatas? ¿Por qué no hace ruido con aquellas latas? ¿Por qué no intenta subirse a ese árbol? ¿Por qué no patea una piedra o algo? ¿Por qué no mastica un chicle de bomba? ¿Por qué