Amigo imaginario

     Alegría desde hace tiempo tiene un amigo imaginario. Amigo que le permitió excusarse (dice una) de algunas travesuras que ella cometía y que él le soplaba al oído que hiciera o que simplemente él las hacía porque era más atrevido que ella. Amigo con el que soltábamos carcajadas porque cumplía año dos veces a la semana, comía mucho dulce y su mamá le consentía todos los inventos que estos dos soñaran. La mamá de Alegría (es decir, yo) no siempre estaba tan contenta con esta amistad porque se sentía permanentemente comparada con aquella otra mamá, imaginaria también (dice una), que se hacía la vista gorda de todos sus inventos y que por esto, era una mamá más popular que la suya. Su amigo hacía muchas cosas, siempre viajaba, iba a lugares a los que Alegría soñaba ir y volvía a la casa para la cena, como cualquier Max en busca de aventuras monstruosas. 

     Desde hace días la ausencia de ese amigo es notoria, al preguntarle por él, nos dice que su amigo, del que ella siempre tuvo plena consciencia de que era imaginario, se fue del país. Después de reírnos de aquella respuesta tan inesperada, he pensado en ese proceso de crecer, de darse cuenta que hay una realidad ahí, acechante, dispuesta a ganar espacios reales y espacios imaginarios, con los que luchamos y con los que debemos aprender a vivir.


     Definitivamente en estos días todos necesitamos un amigo imaginario, no para escapar de la realidad definitivamente, pero sí para saber que hay algo que está más allá, algo a lo que puedes recurrir y que pertenece a un orden distinto, que te permita de vez en cuando respirar, que te permita comer mucho dulce a deshoras, viajar sin tener dinero y hacer las cosas que queremos sin pedirle permiso a nadie, aunque cuando regreses a casa para cenar, te des cuenta que es verdad, que los amigos se están yendo del país.

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