Vuelta a la esquina


Debo confesar que este texto lo escribí pensando que sería leído por Hugo Figueroa Brett, lamento mucho que no vaya a ser posible. Lo imaginé diciéndome que había sido muy generosa con la descripción de mi madre, que ella no merecía ni siquiera ser mencionada.

Hugo, será muy raro volver a San Jacinto y que vos no estéis.








       Teatro Bellas Artes Maracaibo. Exposición de Arte de Red & Rouge Centre (2016)

Uno de los recuerdos más nítidos que tengo de mi infancia es la aversión que mi madre sentía por nuestro vecino. Para mí era sorprendente esa reacción de ella.  Era y sigue siendo una buena mujer, de esas que llevan una vida apacible, de las que no hablan mal de nadie, de las que dicen: “Vos sabéis que yo no me meto en la vida de nadie pa´ que nadie se meta en la mía”, de esas que saluda con una sonrisa a todos pero que lleva una vida muy solitaria, que disfruta de pequeños placeres: bordar, tejer, coser y cocinar deliciosamente para toda la familia. 

Yo, como era de esperar, cuando crecí fui totalmente lo opuesto a ella: me encantaba tener amigos y, además, me hice amiga del vecino.  Mi vecino es un hombre mucho mayor que yo, que le encanta la literatura y el arte y, para ser justa con la percepción de mi madre, salvo eso, no tiene mayores atributos. 

Aunque siempre nos saludábamos con cortesía cuando entrábamos o salíamos de nuestras casas, realmente no recuerdo con exactitud cómo nos hicimos amigos.  Recuerdo haber coincidido en recitales y actividades literarias en las que siempre llamaba la atención por su irreverencia, por gritarle a los poetas que sus textos eran copias baratas de otros poetas y que no servían, ni para la poesía, ni para nada. Él es, principalmente, un personaje que incomoda, que incomoda a todos en todos lados: es de los que habla sumamente alto en las actividades culturales, de los que dice obscenidades para intimidar a las muchachas, de los que grita improperios en cualquier sitio y de los que da su opinión sin que nadie se lo pregunte. También a veces lee un poema con una sencillez envidiable o cuenta una espléndida anécdota sobre sus viajes a distintas partes del mundo y de su experiencia de haber echado raíces en un barrio como San Jacinto, que es también mi barrio.
                                                  
        Teatro Bellas Artes Maracaibo. Exposición de Arte de Red & Rouge Centre (2016)

Mi vecino sentía un cariño especial por mi hija y el primer retrato que le hizo a ella fue cuando tenía dos años. Me dijo que quería dibujarla y nos invitó a su casa, la sentó en una silla alta y ella estuvo allí sólo porque le habíamos dicho que lo hiciera, no porque supiera muy bien lo que pasaba. De inmediato nos dio el lienzo, lo colgamos sin enmarcar. Cuando mi madre vio el retrato de su nieta hecho por nuestro vecino le pareció terrible:

-Pinta como es él: feo.

La casa de mi vecino no es como las demás casas del barrio, empezando porque la mayoría de la gente vive ahí porque no tiene otra opción, pero mi vecino vive ahí por convicción, porque, aunque le gusta vestir flux y chaqueta de cuero en una ciudad como Maracaibo, también le gusta conversar con las personas del barrio y armar alaraca como otro sanjacintero.

Como quiso hacer una casa a su gusto utilizó el terreno correspondiente a tres casas para construir un lugar donde vivir. Es impresionante caminar por la avenida 6 del barrio San Jacinto y toparse, de repente, con una escultura de Lía Bermúdez que servía de puerta para su vivienda. Su casa es amplia. Muy distinta a las demás casas del sector. En su interior no hay un solo espacio sin una obra de arte. Después de la puerta principal hay un pasillo largo con máscaras, esculturas y cuadros que comunica con un espacio abierto que sirve de cocina, comedor y patio. Si sigues derecho hay una escalera de metal que da al segundo piso que fue en algún tiempo un estudio de pintura y que, debo confesar, es mi parte favorita de esa casa, quizás porque es la parte que yo veía cuando niña desde mi ventana y que era, para mí, como una invitación a jugar: era una pequeña casita con paredes de vidrio en la parte más alta de esa casa. Al finalizar el pasillo cruzábamos a la izquierda, encontrábamos la cocina de un lado y del otro un mesón grande que mi vecino usa para pintar ahora y al final sales a un patio interno que tiene la casa.

Clase de pintura. Casa de Hugo Figueroa Brett, San Jacinto.
Fotografía: Luis Ángel Barreto


En varias ocasiones mi esposo, mi hija y yo hemos ido de visita y no ha habido reunión en el que mi vecino no hable de mi mamá, sobre todo porque es imposible que ellos no escuchen la cotidianidad del otro, ya que ambas casas comparten la misma pared. Siempre surgían los comentarios irónicos acerca del amor que ambos se profesaban.

Como a mi mamá tampoco le ha dado vergüenza expresar el enojo que siente por él, hace muchos años asumió su imposibilidad de compartir esa pared que dividía ambas casas, así que decidió construir otra pared al lado de esa, una que fuese sólo suya, pero evidentemente mucho más fuerte y mucho más alta, una que tajantemente dividiera el espacio que había entre los dos, pero por esa pared alta de mi casa sobresalen ramas y hojas de un árbol enorme que tiene mi vecino y, a pesar de que mi mamá ha sido siempre amante de los árboles y los jardines y se ha esmerado en tenerlos en nuestra pequeña casa, ella sentía que las hojas que caían de la mata del vecino no eran hojas, era basura, y siempre peleaban por ello: días, meses y años peleando por la basura del patio.

Del otro lado de la pared yo también escuchaba las quejas de mi vecino:
-Cuando tu madre subió la cerca me jodió la imagen: ¡tan bonito que se veía el cielo! Por eso tuve que contratar a unos guajiros para que me pintaran la cerca de rojo. Hasta mis hijos creen que fue tu madre la que pintó la pared de rojo. Yo ya no les digo nada de la vieja esa.

Sin darme cuenta me convertí en una mediadora del conflicto: ambos ponían quejas del otro. Recuerdo un día que mi madre miraba pensativa por la ventana la casa de mi vecino, en la que siempre habían montañas de cuadros, de pinturas arrumadas y me dice: “Va a ser que ese señor y yo nos parecemos, yo me la paso todo el día cosiendo y cosiendo cosas que yo misma sé que no voy a vender, pero igual no puedo dejar de hacerlo, es lo único que me gusta. Y él pasa todo el día pintando esos cuadros que después tiene que amontonar”. Permanecí en silencio y asentí con la cabeza mirando la montaña de cuadros también. A los días le comenté esto a mi vecino y él también asintió con la cabeza y rió.

Inauguración de la Exposición "El arte es ir". Museo de Arte Contemporáneo del Zulia (2015)

Los últimos meses que estuve en San Jacinto nos frecuentábamos casi semanalmente, desayunábamos juntos. Él me recomendaba libros y era un acuerdo tácito que el siguiente sábado nos veríamos para comentarlos. En algunas ocasiones se aparecía con un pollo crudo y algunos vegetales y me decía, con ese tono duro que enfatiza cuando quiere aparentar que algo no le interesa:
-       Comé, que estáis flaca.

Definitivamente lo quiero y lamento mucho no tenerlo al lado y escucharle los gritos en la mañana. Un día le dije que la canción Las malas compañías, de Serrat me hacía recordarlo mucho. A los días me dijo:
-       Me hiciste comprar un CD del huevón ese de Serrat.

Reíamos mucho cuando estábamos juntos. Con él supe un poco más de mí misma, supe por qué mis amistades podían ser tan disímiles y que eso no me causara conflicto, con él descubrí que puedo ser capaz, a veces y sólo a veces, de entender a los demás más allá de mí misma.

Gracias Hugo, por los desayunos con mango. 

____

Te recuerdo hoy con este poema que acompaña el retrato que hiciste de Gabriela Alegría y que está en nuestra casa de San Jacinto.




Permanencia.

Vuelta a la esquina
De donde viene el viento
Barlovento en sus manos un ave dura
Su mirada pliza

Pasábamos al frente y ella no está
Estuvo ayer
Y su sombra ocupaba
Lo que ocupa hoy el firmamento

Nos devolvimos
Y no estaba aún
En el vano silente
Una huella futura
Vuelve vuelve

Allí estaba
Era ayer
Hoy comedida un lazo azur y gules la mitiga
El ave la acompaña
Detenida al dintel en su fijeza

Mirábamos la niña pensativa
Vestida para ir
Amparada en su vez en lo diciendo
Ni siquiera la brisa la motiva

En esa casa lo satisfecho ha sido
Y en sus manos sujeta un pensamiento
El ave en sus modales
La ternura en su rostro
La claridad
El tiempo

Una niña de nacar y en silencio
De una muñeca que no tiene nunca
Ni una flor
Tiene un ave
La terquedad del viento

Qué nombre llevará
De donde habita
Ese presnte ahora
Ese ayer
Y una vida
Para quién será
Ese padecimiento

Nosotros los que vimos
La figura
Y no está
Mantenemos su ida permanente
Ella ya se fue ya
Y nos quedamos
Ella ya se fue ya
Y quedamos en ella eternamente.

Hugo Figueroa Brett
San Jacinto 16 de Junio de 2017
Para Rosario
Quien no deja de reclamar su ausencia. H.f.b.

La niña de la paloma

acrílico sobre tela
80 x 65 cm.






















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