Texto para el editorial de la Revista Movimiento Pedagógico de Fe y Alegría
En la actualidad son muchas las preguntas que surgen
a partir del entorno educativo. La educación nos permite, afortunadamente,
reflexionar, dudar, cuestionar nuestra realidad y nuestra vida en la sociedad.
Algunas de esas inquietudes se les suman a otras que no resultan tan novedosas
pero que siempre nos conllevan a debatir con nosotros mismo y con los demás
sobre nuestro quehacer.
“¿Serán los jóvenes de hoy igual a los de antes?”,
“¿era más fácil educar en el pasado que en la actualidad?”, “¿era más fácil ser
joven antes que ahora?”, “¿se están perdiendo los valores con el paso del
tiempo?”; éstas son sólo algunas de las dudas que escuchamos con frecuencia de
aquellos que educan a sus alumnos o crían a sus hijos.
Ciertamente la sociedad ha cambiado y muchas veces
nos da la impresión de que cada momento que pasa se hace más compleja y que las
herramientas con las que contábamos para educar y afrontar ciertas realidades
se quedan pequeñas ante la realidad que rodea a nuestros jóvenes y que parece
arroparnos.
En primer lugar deberíamos asumir que así como la
realidad cambia, todo lo que la rodea sigue esa misma dinámica. Podríamos
afirmar efectivamente que los jóvenes de ahora no son como los de antes pero
¿la realidad sí lo es?, evidentemente tampoco. Querer comparar la educación, la
sociedad o la juventud con las generaciones anteriores es un gran error. La
vida es dinámica por lo tanto no podemos esperar que los elementos que la
componen sean inalterables, así como ellos cambian, nuestras perspectivas y actuaciones
tienen que ir acordes a esas nuevas situaciones.
La educación entonces no puede detenerse ante ese
dinamismo y esperar encerrarse en sí misma por no tener referentes con los que
comparar esas nuevas realidades. Desde la educación o, más bien, desde la
reflexión que nos permite realizar la realidad educativa, deben surgir nuevas
propuestas para asumir los grandes cambios en la sociedad.
La juventud está en un constante proceso de
construcción, el joven asume y acepta todos los cambios sin oponerse o
resistirse a ellos porque se está formando a través de su experiencia de vida y
no se ha visto viciado por la necesidad de asumir una posición acomodaticia de
la vida. Quienes los rodeamos debemos entender eso y, no cerrarnos ante su
entusiasmo permanente ante lo nuevo asumiendo que nuestras experiencias pasadas
eran mejores o eran correctas.
Podríamos dejarnos llevar por ese entusiasmo,
enriquecerlo con nuestras experiencias y asumir el reto de poder educar a
nuestros hijos y estudiantes bajo nuevas perspectivas que tomen en cuenta esos
cambios que representa la actualidad y, al hacer esto, será mucho más fácil
poder ir renovándonos y replanteándonos de manera constante, sin temor a lo
novedoso o a lo desconocido.
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