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Crecer al revés. Shel Silverstein

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Mezcla una mueca, una queja y un gruñido, ¿y qué obtendrás? Pues, al viejo don Guido, el más cascarrabias que yo he conocido. Todos lo llamamos don Guido el Crecido. Por algunos años lo hemos escuchado decir “ya, maduren” muy malhumorado. Decía, “sean corteses, finos e instruidos. ¿Por qué se pelean, por qué hacen ruido? ¿Pero, por qué llevan tan sucia la ropa? Díganme por qué la nariz no se soplan. ¿Por qué alborotan? Callen, mozalbetes. ¿Por qué no recogen al fin sus juguetes? ¿Por qué odian tanto lavarse las manos? ¿Por qué traen de arena llenos los zapatos? ¿Pero por qué chillan cuando estoy dormido? ¡Crezcan ya!”, gruñía don Guido el Crecido. “Guido el Crecido”, dijimos una vez, “¿por qué no trata de crecer al revés? ¿Por qué no trata de caminar a gatas? ¿Por qué no hace ruido con aquellas latas? ¿Por qué no intenta subirse a ese árbol? ¿Por qué no patea una piedra o algo? ¿Por qué no mastica un chicle de bomba? ¿Por qué

No. Hay cosas que no están bien.

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Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio. Joan Manuel Serrat Fui invitada al colegio de mi hija a una actividad en su salón de clases. Debo confesar que estas reuniones me llenan de curiosidad, disfruto saber qué ocurre en aquella otra realidad en la que ella se desenvuelve, en la que se relaciona con sus iguales sin la intervención de nosotros, sus padres. En su escuela, cada maestra decora la parte de afuera de su salón de clases con dibujos, escritos o fotografías de los trabajos de los niños y las niñas. En esta visita me encontré con varios dibujos acompañados de una oración que se relacionaba con el dibujo. Al parecer su maestra había propuesto una actividad en la que los estudiantes debían escribir algo que les gustaba hacer y que por alguna razón no estaba bien visto o permitido para la edad, o para el momento. Era un ejercicio en el que debían contar algo personal, probablemente con el propósito de crear empatía entre ellos. En las hojas que

este suelo

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este suelo donde camino incesante donde espero el autobús donde trabaja mi vecino donde quedan rastros de despojos donde nadie pasa a ciertas horas donde alguien está perdido donde escucho un grito donde miro a cada lado donde hay un hombre tendido que deja su marca esa que no existirá                       esa que deja multitud            esa que provoca silencio            esa que deja llanto y rabia Allí una vez el viento abrió su paraguas y dejó su imagen suspendida Allí también yo hablé de amor y de esperanza Allí también yo vi pasar a esa gente también yo esperé también yo vi muerte y sangre también yo creí que era posible no doblar en la esquina permanecer

Al fondo de la imagen está el poema

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Mi madre envió una fotografía de nuestra casa. A petición de mi hija ha puesto todos los juguetes en un solo lugar y los ha fotografiado. La abuela, contenta siempre de ser útil, asume la tarea y nos envía la imagen. Mi hija describe maravillada lo que ve: detalla cada muñeca, cada lego, cada pelota, cada regalito de navidad, de cumpleaños. Poco a poco va armando en su memoria esos lugares de la casa en los que jugó, va recordando quién se los regaló y con quién los compartió. Es una realidad que no existe más allá de aquella imagen enviada por la abuela. Sin embargo, me hace feliz que ella pueda recordar esos detalles de su vida, como si fuese otra dimensión, como si ella tuviera existencia y sentido también en otro lugar.   Yo me detengo, como siempre, a observar el fondo, busco sin saber por qué los detalles: la pared agrietada, el fragmento del piso manchado, el peldaño donde me sentaba a descansar de la faena, a pasar el calor, a mirar por la ventana. No me interesan

Vuelta a la esquina

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Debo confesar que este texto lo escribí pensando que sería leído por Hugo Figueroa Brett, lamento mucho que no vaya a ser posible. Lo imaginé diciéndome que había sido muy generosa con la descripción de mi madre, que ella no merecía ni siquiera ser mencionada. Hugo, será muy raro volver a San Jacinto y que vos no estéis.         Teatro Bellas Artes Maracaibo. Exposición de Arte de Red & Rouge Centre (2016) Uno de los recuerdos más nítidos que tengo de mi infancia es la aversión que mi madre sentía por nuestro vecino. Para mí era sorprendente esa reacción de ella.  Era y sigue siendo una buena mujer, de esas que llevan una vida apacible, de las que no hablan mal de nadie, de las que dicen: “Vos sabéis que yo no me meto en la vida de nadie pa´ que nadie se meta en la mía”, de esas que saluda con una sonrisa a todos pero que lleva una vida muy solitaria, que disfruta de pequeños placeres: bordar, tejer, coser y cocinar deliciosamente para toda la famil