¿Para qué sirve la literatura?



Una tarde salí con mi hija a una tienda. Ella de 3 años, yo de 33. Acudió, con los ojos extraviados, al llamado de un vestido que se exhibía en la vidriera, ese vestido que tantas veces había visto en la televisión ahora se presentaba ante ella, ahí mismito, a punto de tocarlo.  Cuando está a punto de alcanzarlo, se interpone una niña un poco mayor y le grita con una rabia abismal: “¡No! Es mío.” Mi hija me mira con una tristeza inconmensurable. Yo la abrazo, esbozo algunas palabras de consuelo al oído y le pido que salgamos de ese lugar. En el camino de regreso a casa, agarradas de la mano, ella me dice: “Mami, esa niña es igualita a Rita, no grites”. Yo le doy un abrazo aún más grande y suelto algunas lágrimas de felicidad. 


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