Radiografía de una ciudad, de un país o de una casa.
Fotografía tomada de:http://www.panorama.com.ve/contenidos/2014/12/21/noticia_0040.html
Me encantan las casas y sus historias, en especial
las casa viejas, las que fueron construidas o diseñadas por familiares, esas
que se amoldan a sus gustos, que tienen grandes patios porque antes se tenían
muchos hijos y todos se criaban en ellos. Esas casas de grandes espacios que
aunque no fueron construidas hace mucho tiempo atrás, se han ido extinguiendo,
dando paso a las pequeñas casas diseñadas por expertos profesionales,
arquitectos especialistas en distribuir los espacios y de hacer casas en serie.
Yo crecí en una pequeña casa, que mi madre compró
“cuando se podían comprar casas en este país” y que fue amoldando poco a poco a
las necesidades y a veces, debo decir, a sus propios caprichos. En 30 años de
vida más o menos consciente recuerdo alrededor de unas 30 remodelaciones. Para
no ser injusta con ella y no quedar como una exagerada, hagamos como si hubiese
sido una por año, pero pudieron ser más, de eso no tengo la menor duda.
Aunque mi mamá no es arquitecto, creo que heredó de
alguna manera el fervor por querer modificar los espacios. Es a veces
complicado explicar, para quienes no hayan tenido una madre que ama tumbar
paredes y al día siguiente volverlas a construir, cómo es vivir en una casa que
ha estado en permanente transformación. A veces trato de ejercitar mi memoria
recordando todas las formas que ha tenido la casa de mi madre y me hace mucha
gracia recordar que algunos de los cambios duraron pocos días o a veces horas,
porque después de estar todo preparado para ser estrenado, descubríamos que el
carro no cabía en el garaje o que alguna puerta no abría. Todos estos vendrían
a ser algunos “detalles” que no habían podido ser calculados por la mente
siempre activa de mi madre.
Mis hermanos y yo siempre nos amoldábamos a las
nuevas formas de la casa, llegamos a tener patio con animales, comíamos huevos
frescos que ponían las gallinas, plátanos y lechosas cosechadas en casa. El
patio, como comprenderán, podía llegar a desaparecer 3 años después y
reaparecer 7 años más tarde. Llegamos a tener, mis hermanos y yo, cada uno un
cuarto y quizá al año siguiente teníamos que dormir todos en el mismo cuarto
porque mi mamá los había tumbado para hacer alguna ampliación, nunca inesperada
y siempre necesaria, debo decir. Es que nuestra casa aunque era la misma,
siempre era otra.
Durante muchos años estuvo construido en mi casa una
escalera que llevaba al techo de la casa, no había nada más allá arriba, sólo
la compañía del sol maracucho de día y la profundidad de la luna y las
estrellas durante las noches; es que mi mamá estuvo durante años convencida de
que ese era el primer paso para construir la planta alta de la casa. .
Efectivamente fue así. Años más tarde se construyó una nueva casa en la parte
de arriba de nuestra casa, y esto representaba un gran reto que mi madre asumió
con gran entusiasmo porque era como un lienzo virgen para ella, una hoja
en blanco en las que sus pupilas se dilataban en ensoñaciones de futuras
construcciones.
En estos momentos tuve que mudarme de mi casa de
manera provisional, resulta extraño habitar una casa que desconozco, una casa
que aún no entiendo bien cómo ni por quién fue construida, pero tengo semanas
buscando relaciones entre sus dueños y estos espacios que habito. Hablo con sus
dueños, que no están en éste, su país, el que los vio nacer y les permitió
tener y criar a sus hijos, y percibo su angustia y tristeza por no saber cómo
está su casa, quizá la misma nostalgia que comienzo a sentir yo por aquellas
errantes paredes que mi madre construyó para mí y para mis hermanos y que ahora
cobijan también a nuestros hijos.
Pienso en esto, recuerdo mi casa y recorro las
calles de mi ciudad y veo por doquier casas expuestas a la luz pública para la
venta, casas que han quedado vacías, no sólo de gente, sino de enseres (adoro
esta palabra) porque a veces comienzan a sobrarnos las cosas y los objetos.
Pienso en mis amigos también y en mí misma que hemos tenido que desprendernos
de cosas insignificantemente valiosas por unas cuantas monedas. ¿Qué sentido
tienen estas cosas? ¿Qué valor tienen para nosotros nuestros objetos? Miro con
detalle y siento que estamos expuestos, que adentro de las casas no hay nada,
que hemos asumido hacer nuestra vida afuera de esos espacios que alguna vez nos
sirvieron de morada, veo casas vacías de cosas y de gente, veo calles repletas
de cosas y de gentes. Esta ciudad se ha convertido en una radiografía de
nosotros mismos. “Pase adelante” y compruebe que no hay nada más allá de lo que
está expuesto aquí. ¿Qué será de la generación de mi hija y de sus amiguitos
del colegio? ¿Crecerán sin un lugar donde reposar del agite cotidiano? ¿Qué
pasará con nuestros espacios íntimos, con nuestra vida interior? ¿Seremos sólo
eso, lo expuesto a la vista de todos?
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