Buenas y malas palabras.
Mi hija que ya va a la escuela,
comienza a identificar eso que llaman "buenas" y "malas"
palabras. Sin embargo que ella tenga esas nociones de “buenas” y “malas”
palabras, no son exclusivas de la
escuela. Todo su entorno ha tenido que ver en ello. Y yo creo que también puse
mi granito de arena en este entuerto.
Tomado de: http://www.unperiodistaenelbolsillo.com/wp-content/uploads/2014/05/26-27-Zabala-web.jpg
La palabra culo siempre me ha gustado y goza un lugar especial dentro de mi
lista de palabras preferidas. Desde siempre he sido defensora de esta palabra y
he exclamado voz en cuello, que no existe ningún otro término que posea la
misma carga semántica que la de la palabra culo,
para ser más precisa, lo que he dicho es que: “el culo solo se puede nombrar con la palabra culo”. Aquellas palabras que poseen la misma o una parecida carga
semántica, a la de la palabra culo,
parece que nos hablaran de otra cosa: Por alguna razón, quien nombra la palabra
ano lo hace no como si realmente no
estuviera hablando del culo, sino como
quien habla desde la más absoluta frialdad y vergüenza de una parte del cuerpo
con la que no hay una relación directa, de una parte que necesita un trato muy clínico,
médico y antiséptico. Decir ano incomoda, decir culo no.
Con el nacimiento de mi hija,
tratamos que las costumbres familiares no
se vieran afectadas y a esa parte del cuerpo, se le siguió llamando como
siempre lo habíamos hecho. En los primeros años estuvimos rodeados de forma
casi exclusiva por el ambiente familiar, y ahí todo funciona de maravilla, pero
las cosas comienzan a tornarse complicadas cuando comenzamos a salir de la casa
más frecuentemente y encontrarnos con eso de que algunas de nuestras palabras
cotidianas, son consideradas tabú.
Cuando mi hija tenía alrededor de dos
o casi tres años comenzó a explorar su cuerpo, cosa que es normal y esperada
para su edad. Nosotros asumimos su curiosidad como parte natural de su
desarrollo. Y como es de suponer comenzó a explorar su culo.
Una tarde en la que permanecíamos en
la sala de espera para la consulta con su pediatra, en una de las clínicas de
nuestra ciudad, la descubro oliendo con sumo detenimiento sus dedos. La miro
con recelo y me temo lo peor, no sería la primera vez que ella o algún niño,
rompa la formalidad y seriedad de esos espacios públicos y donde gracias a un
comportamiento o a un comentario “inadecuado”, sentimos que se abre una grieta
y se cuela un poquito de la vida real –con su lenguaje también real- y quedamos
los padres expuestos al escarnio público.
Mi hija, al ver mi cara de
desconfianza me ofrece sus dedos para que yo los huela, pienso que mi cara en
ese momento debía enviarle una serie de mensajes contradictorios y mis gestos
le trataban de mostrar un mensaje del tipo: “Uy fuchi mi amor, eso no se hace”,
ella me conoce, sabe que una mamá de “uy fuchi” no soy, respuesta que la debió
dejar muy desconcertada por lo que decidió pararse sobre sus dos pequeñas piernas
que sostenían toda su humanidad de dos años y medio, gritar a todo pulmón.
"Mami, huélelo que no me lo metí en
el hueco del culo" (Aquí es necesario hacer una pausa, tomar un poco de
agua y volver) Probablemente ella lo dijo en su volumen natural pero en ese
momento, yo escuché esa frase como si de su boca hubiese salido un megáfono porque
sentí que hasta la campanita del carrito que vende helados y que está del otro
lado de la calle, se detuvo para cerciorarse de lo escuchado.
Sentía todas las miradas clavadas en
mi cuello y espalda y de mí brotó, como siempre, una risa nerviosa y la
necesidad de dar alguna explicación, tal como si tuviésemos que declarar ante
el tribunal por algún crimen cometido. Es evidente que no tengo ni la más
mínima idea de lo que pude haber dicho. Mis ojos estaban clavados en los de la
secretaría a quién con mi maravilloso poder mental le suplicaba que dijera el
nombre de mi hija para escapar al consultorio y que todos además, se pudieran reír
sin remordimiento.
Han pasado algunos años desde aquel
incidente, mi hija ya va a la escuela, está aprendiendo a leer y a redescubrir
el mundo a través de las palabras. Esto último nos llena de profundo gozo.
En las últimas semanas ha vuelto a la
palabra culo, ha vuelto como quien
conoce bien lo que nombra y disfruta por ello al nombrarlo. Inventa juegos en
los que invita a los demás a pronunciar esas cuatro letras que le causan tanto
placer, entendiendo que el placer ahora dejo de ser físico y paso a ser
simbólico.
Se ha dado la tarea de escribir en
una hoja las palabras que terminan en –culo y está atenta a los discursos de
los adultos para ver qué palabra nueva puede atrapar para su nueva colección.
En una hoja blanca lleva una lista que repite una y otra vez: montículo,
currículo, espectáculo, ridículo, artículo, cubículo, obstáculo y, otras más
que ha ido descubriendo por el puro placer de la irreverencia.
Ahora ella camina por el límite entre
esas nociones de “buenas” y “malas” palabras, ahora procura no nombrarla, su
juego radica en propiciar situaciones en las que sean los demás quienes nombren
al culo y pasa el día ingeniándoselas para ver quién va cayendo en este juego.
Yo, ya cai! es el juego más maravilloso que le he escuchado hacer, por aquello que también le he escrito a tan insigne parte del cuerpo!!!!!!! esa es mi niña!
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