De camino a la escuela
Todos los días mi esposo y yo llevamos o buscamos a nuestra hija al
colegio. Así tal cual, en medio del ajetreo cotidiano, de la falta de tiempo,
de la salida apresurada de los trabajos, de la falta de transporte público que
facilite esta acción; nosotros hacemos lo posible por acompañarla diariamente al
colegio. Tratamos de hacerlo juntos porque sentimos que es un regalo cotidiano,
una forma de estar presentes, de acompañarnos.
Como es de esperar muchos padres hacen lo mismo, en medio de la
barahúnda en la que se ha convertido esta ciudad. Y muchas veces nos encontramos
con esos otros padres de camino a la escuela, conversando de las labores
escolares, de cómo crecen los niños, entre otras cosas que surgen durante el
recorrido.
Nos hemos hechos amigos en el camino a la escuela, de una madre de la
misma sala de nuestra hija, es la madre de una niña con una hermosa piel morena,
cabellos cortos y ensortijados y de muy baja estatura, para el promedio de su
clase. Nuestra hija y ella siempre vienen hablando por el camino, regalándonos
las flores que encuentran a su paso y dando brinquitos por todo el recorrido.
La maestra de nuestra hija la semana pasada convocó a una reunión con
los padres y nos comentaba con preocupación que, por primera vez en muchos
años, eran muy pocos los niños que asistían al colegio y, que como nuestros
hijos estudian en el turno de la tarde, nos pedía que los niños no almorzaran
en la casa, sino en la escuela, porque muchos niños no eran enviados porque los
papás no tenían para la merienda.
Esto nosotros lo asumimos realmente más como un asunto logístico que de
cualquier otra forma. Pensamos que era una buena noticia para no tener que
comer apurados, así ella comía con sus amiguitos en el colegio y, por lo tanto,
resolvimos adaptarnos a esta nueva solicitud.
El día de ayer, al finalizar esta semana, cuando venimos de regreso de
dejar a nuestra hija nos topamos nuevamente con la mamá de la amiga de nuestra
hija y, como de costumbre, vamos conversando de regreso a la casa sobre los
mismos temas de todos los días. De repente, se me ocurre peguntarle cómo le ha
ido a su hija con el hecho de almorzar en el colegio y no en la casa, a lo que
ella me responde: “No, yo no le envié hoy nada. Es que la cosa está muy dura” y
yo le digo: “Claro, es que no todos los días puede enviarle merienda porque a
veces no hay. Pero cómo hace con ella otros días, ¿ella almuerza en la casa o
en el colegio?” Vuelvo a insistir yo en el mismo punto. A lo que la mamá me
explica: “No, es que hoy no almorzamos nada porque de verdad hay días no
tenemos nada de nada”. Y me continúa explicando la señora, a lo que ya en este
punto siento que mi pregunta siempre fue imprudente: “A mí no me gusta mandarla
para el colegio cuando no tenemos comida, pero ella hoy insistió e insistió y
yo la traje”. Quedé tan sorprendida con su respuesta que sólo pude decirle: “Me
parece que hizo bien porque seguro que la maestra comparte con lo que los demás
niños llevan” Ya en ese punto del recorrido habíamos llegado al momento en el
que nos separamos. Ella se despide y se pierde su imagen por una calle que de
seguro la lleva a su casa.
Mi esposo me mira y me dice: “¿Por qué esa niña quiere ir a la escuela?”
Y realmente siento que no hay ninguna otra pregunta más pertinente que esa:
¿Por qué?, ¿Por qué esa niña quiere ir a la escuela si no ha comido nada?, ¿Qué
puede ofrecerle la escuela a un niño que no tiene ni un pan para comerse de
almuerzo?, ¿Sabrá su maestra que sus niños no tienen dinero para la comida y
aún así insisten para que los lleven al colegio?, ¿Estará esa maestra, estaré
yo y estaremos todos a la altura de estas circunstancias que nos exigen ser
mejores cada día para que el hambre sea apaciguada?, ¿Realmente los niños
compartirán con ella su comida?, imaginé tantas veces a mi hija con cara de
pícara sin querer compartir con nadie su comida preferida y yo insistiéndole,
tratando de que comprenda que es importante compartir y, finalmente consintiéndola
y accediendo a que no comparta, justificándome en su derecho de no querer hacer
algo. Y cuando no quiere compartir no lo hace porque sea una niña mala o
desconsiderada. Simplemente no lo hace porque le gusta comer. Como a todos los
niños.
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